"LITERATURA ERÓTICA Y LITERATURA AMOROSA" DE GREGORIO MORALES.
Cuanto creamos es acto, pero el erotismo no es acto, sino la pura potencialidad del acto. El erotismo es posibilidad. Una pareja hace el amor: La pura posibilidad de hallarme yo en el lugar de uno de ellos, genera erotismo. Cuando soy uno de los amantes y poseo o soy poseído por el otro, el erotismo no viene de la posesión, sino del contemplarme a mí y a mi pareja como si ambos fuéramos extraños. Es decir, como si fuéramos a hacer lo que ya estamos haciendo. El erotismo reside, pues, en lo invisible, en lo que no se ve, y se agota cuando puede verse y medirse. Responde cabalmente al principio de incertidumbre de Heisenberg: O velocidad o posición. O sea, o erotismo o verdad; o imaginación o realidad; o deseo o fisiología. Pero siempre una cosa excluye a la otra. En definitiva, o erotismo o placer. Porque la satisfacción del placer no es erotismo. Toda representación visual o lingüística que convoca a lo invisible en todo su poder, es erótica; toda representación visual o lingüística que se reafirma sobre lo palpable, es anafrodisíaca. En este sentido, el erotismo resulta consustancial con la literatura, ya que bajo esta palabra se encierra el poder atómico de la imaginación. Por tanto la literatura nunca podrá ser derrotada, porque ello sería como derrotar la energía, lo cual sabemos es imposible. Si la pornografía existe en literatura, es sólo cuando no sirve de canal a la imaginación, cuando la soslaya, la estanca o la pisotea, pero siempre que las palabras cabalguen a lomos de la libertad, estaremos ante un conjuro del que surge como un géiser el erotismo. La obscenidad libre es siempre erótica. Por ello son eróticos Sor Monika de Hoffmann, Gamiani de Musset, Teleny de Wilde, Afrodita de Pierre Louys, Las once mil vergas de Apollinaire, El coño de Irene de Aragón, Historia del ojo de Bataille, El diálogo de Venus y Príapo de Alberti...En todas ellas, el erotismo alcanza los niveles más profundos de la sensualidad, lo afrodisíaco, la obscenidad.
¿Se produce entre erotismo y amor un principio de exclusión semejante al que hemos visto entre erotismo y realidad? De las cuatro formas de amor de que habla Sthendal (amor pasión, amor placer, amor físico, amor vanidad), ninguna de ellas implica erotismo, aunque el erotismo se da siempre cuando alguna de esas formas ha acabado. El amor es, pues presencia e identificación. El erotismo, ausencia y extrañamiento. La rememoración de lo gozado es equiparable al relato erótico. Queremos ser los otros o queremos ser lo que fuimos. De ahí, por ejemplo, que el Cantar de los cantares de Salomón sea una obra cumbre de la literatura erótica. En él, los protagonistas se rememoran a sí mismos, es decir, se evocan, se describen. Digamos que no se entregan al acto, sino a su representación, con sus prolegómanos, pausas y juegos incluídos...Lo de juego es importante. El erotismo es un juego si por jugar, como hemos dicho, entendemos la capacidad de fabular, de ensayar por medio de la ficción otros mundos y otros lugares. La expresión española follar no conlleva erotismo alguno, pero sí la expresión china El juego del viento y la luna. El viento (masculino) corteja a la luna (femenino), estableciendo entre los dos un juego de atracciones y repulsiones.
Siendo, pues, el erotismo fábula, quimera, narración, comprendemos que el Quijote componga a veces, más que una novela de amor o de locura, una novela erótica. No es ya sólo que el personaje de Dulcinea sea trazado completamente de la nada por la imaginación, sino que, además, el poder de ésta resulta tan grande, que la amada se encarna sobre rudas y zafias campesinas. El pasaje en que Don Quijote toma a Maritornes por la princesa del castillo, creyendo que desea hacer el amor con él, rezuma lubricidad. Y no digamos aquel otro donde el cura, el barbero y Cardenio contemplan, como desorbitados voyeurs, lavarse a la bellísima Dorotea. Así que el amor es atención, pero el erotismo es evasión, fantasía...El amor se goza en la visión del amado, pero el erotismo se produce por la ausencia de éste. Las páginas más hondas del deseo surgen cuando Eloísa rememora los placeres habidos con Abelardo (de los que ya no gozará más porque ha sido emasculado), o cuando Mariana de Alcoforado, en su aplastante soledad, evoca hasta la extenuación su entrega a Bouton de Chamilly (que se muestra insensible a sus continuos ruegos).
La norma, que es orden, nunca es erótica. El caos, lo imprevisible, lo azaroso, está siempre del lado del erotismo. Cuando el amor comienza, conlleva siempre una fuerte carga de erotismo. Pero cuando se establece la pareja y el amor se hace norma, el erotismo se extingue. Curiosa paradoja la de que, mientras una pareja más profundiza en su amor, menos erotismo existe. Puede haber comprensión, sexualidad, placer...pero ya hemos visto cómo el erotismo huye ante ellos. De modo que amor maduro y erotismo no van necesariamente unidos. Cada uno puede fluir por su lado, ascender, descender o perderse entre las simas más recónditas. El hombre contemporáneo es, de toda la historia universal, el que menos está libre de que estas energías se le estanquen en el vértigo de la cotidianidad. Pero como ambas resultan absolutamente necesarias para una existencia que merezca llamarse tal, cuando lo anterior ocurre, es necesario sacar a flote las aguas soterradas. Y, en esto, la literatura resulta de vital importancia. En el amor, la literatura nos da ejemplo de hasta qué punto hombres y mujeres han centrado su atención en el otro. La literatura amorosa nos impele a salir de nosotros mismos para cifrar nuestros anhelos en un ser distinto. Es decir, realizamos la búsqueda de una parte de nosotros mismos, pero proyectándola al exterior. La literatura amorosa nos ofrece en cantidad abrumadora desde los más banales a los más heroicos testimonios habidos en este empeño.
La literatura erótica, por su parte, pone en erupción el volcán apagado de nuestros corazones. Cada relato o poema erótico es como una caja de Pandora donde el autor ha encerrado sus energías más potentes y que, al abrirse, lo turba todo de una contagiosa ola de deseo. El filtro libidinoso penetra entonces en los lectores como una mecha de pólvora que no ha de extinguirse nunca, y, al final de la cual, no hay bomba alguna, porque si estallara, eros acabaría. De ahí que los tantrikas, que son quienes más han profundizado en el conocimiento de eros, retengan la eyaculación.
Sin embargo, y como suele suceder a menudo, los contrarios no sólo se confunden en sus extremos, sino que se invierten. Llegados a un cierto punto, el erotismo se hace amor y el amor erotismo. El Cantar de los cantares, ¿no es también un cósmico y hermosísimo himno de amor? En las fronteras, erotismo y amor forman una madeja inextricable atravesada por agujeros de gusano que nos permiten ir de una dimensión a otra, mientras en su interior se borra cualquier distinción de nuestra lógica aristotélica. ¿Erotismo? ¿Amor? Lejos de las abstracciones, la realidad es impura. A y no A coexisten al mismo tiempo, según las teorías del pensamiento borroso. Por ello, en mi antología hay geniales pasajes eróticos que, al mismo tiempo, son de amor; en la antología de Luis María Anson hay magníficos pasajes de amor que, al mismo tiempo son eróticos. Así ambos incluimos la "Noche oscura" y el "Cántico espiritual" de Juan de la Cruz. ¿Amor o larvado erotismo? Para mí, lo último. También incluimos ambos "El diálogo de Venus y Príapo", de Rafael Alberti, donde quienes en realidad dialogan son los genitales de los dioses. ¿Erotismo o amor larvado? Está claro que, para Anson, lo segundo. Pero aquí acaban prácticamente las coincidencias. Leyendo ambas antologías no puede dejar de concluirse que tanto el erotismo como el amor existen por separado, aunque puedan (y deban) mezclarse en las más diversas proporciones. La única y triste verdad es que el hombre occidental está tanto falto de erotismo como de amor y que ambas antologías constituyen, en mi opinión, una oportunidad inmejorable para aunar con nuestra propia experiencia el inmenso bagaje de nuestros antepasados y contemporáneos, reavivando una fuente que siempre debería estar en movimiento y a la luz del día. La literatura, que habla a la imaginación, y no vulgares viagras, hermanas de la yumbina con que se encelaba al ganado, constituye el mejor camino para lograrlo.
Publicado en Leer, nº98, 1998.
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