sábado, 26 de octubre de 2013

FRAGMENTOS "DE ESTE MUNDO Y EL OTRO" DE JOSÉ SARAMAGO

FRAGMENTOS "DE ESTE MUNDO Y EL OTRO" DE JOSÉ SARAMAGO





"Cuando pongamos los ojos en el cielo estrellado, con un furioso anhelo de llegar allí, aunque sea para encontrar lo que no es para nosotros, aunque tengamos que resignarnos a la humilde certeza de que, en muchos casos, una vida no bastará para hacer ese viaje -cuando pongamos los ojos en el cielo, repito, no olvidemos que los pies se asientan en la tierra y que sobre la tierra el destino del hombre tiene que cumplirse. Por una simple cuestión de humanidad."

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"Desde este mi modesto agujero (perdone el lector, pero todo son agujeros, pozos, cráteres), creo que todos nosotros debemos repensar lo que estamos haciendo. Bien está que nos divirtamos, que vayamos a la playa, a la fiesta, al fútbol, que esta vida son dos días, y quien venga detrás que cierre la puerta. Pero si no nos decidimos a mirar al mundo gravemente, con ojos severos y evaluadores, lo más seguro es que nos quede un día sólo por vivir, lo más cierto es que dejaremos la puerta abierta a un vacío infinito de muerte, oscuridad y fracaso. Aceptemos que estamos solos. Aceptémoslo sin desesperación. A este lado de la galaxia, en un insignificante sistema solar, ésta es nuestra patria. La pueblan tres mil millones de personas, otros satélites vivos que tal vez no puedan subsistir fuera de ella. Aceptemos entonces que estamos solos y, a partir de ahí, hagamos el nuevo descubrimiento de que estamos acompañados unos por los otros. Cuando pongamos los ojos en el cielo estrellado, con un furioso anhelo de llegar allí, aunque sea para encontrar lo que no es para nosotros, aunque tengamos que resignarnos a la humilde certeza de que, en muchos casos, una vida no bastará para hacer ese viaje -cuando pongamos los ojos en el cielo, repito, no olvidemos que los pies se asientan en la tierra y que sobre la tierra el destino del hombre (ese nudo misterioso que queremos desatar) tiene que cumplirse. Por una simple cuestión de humanidad".

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                                              Imagen: "Homenaje a Paul Klee" de Nancy Almazán.



"Pero en la naturaleza profunda del hombre (y en su responsabilidad) está que la confrontación de sí mismo con la vida tenga que pasar por una batalla personal con los miedos que la niegan. Y de nada sirve para la resolución del segundo problema (ser, siendo entero) esa embriaguez en común, ese paraíso artificial que es el grupo. El miedo a la soledad sólo puede ser vencido después de un cuerpo a cuerpo con la total desnudez del alma (si me explico bien) o de la abstracción a la que damos ese nombre. Y esa victoria no fue alcanzada, ni siquiera ha sido quizá iniciado el combate, si se va a buscar en el grupo el mítico remedio, la panacea universal. Eso es aceptar la derrota antes de la primera escaramuza."

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"Y, de pronto, veinte o treinta segundos de convulsiones (¿y qué son treinta segundos?) nos muestran cuán poco significamos. Unos millones de animales asustados, de alma tan trémula como el mundo que se desliza bajo nuestros pies. Pero vuelve la tierra a la serenidad, se finge sólida y segura, mocita sensata y bien portada, como debe ser, y, entonces este irresistible deseo de seguir vivos nos aferra a las ruinas (a la nuestra  y a la de las cosas) y las reajusta, y les da sentido y permanencia. Ganamos la partida: no hemos vencido al temblor de tierra, pero vencimos al miedo, no hemos permitido que él hincara raíces en el alma que sintió terror -y que volverá a sentirlo".

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"Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpa. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras son dadas, cambiadas, ofrecidas, vendidas e inventadas. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben, no nos dejan: son como garrapatas, vienen en los libros, los periódicos, en los mensajes publicitarios, en los rótulos de las películas, en las cartas y en los carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, conminan, imponen, segregan , eliminan. Son melifluas o ácidas. El mundo gira sobre palabras lubrificadas con aceite de paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz y en armonía con sus contrarias y enemigas. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa creyendo pensar lo que hace.

Hay muchas palabras.

Y están los discursos, que son palabras apoyadas unas en otras, en equilibrio inestable gracias a una sintaxis precaria hasta el broche final: “Gracias. He dicho”. Con discursos se conmemora, se inaugura, se abren y cierran sesiones, se lanzan cortinas de humo o se disponen colgaduras de terciopelo. Son brindis, oraciones, conferencias y coloquios. Por medio de los discursos se transmiten loores, agradecimientos, programas y fantasías. Y luego las palabras de los discursos aparecen puestas en papeles, pintadas en tinta de imprenta —y por esa vía entran en la inmortalidad del Verbo. Al lado de Sócrates, el presidente de la junta domina el discurso que abrió el grifo fontanero. Y fluyen las palabras, tan fluidas como el “precioso líquido”. Fluyen interminablemente, inundan el suelo, llegan hasta las rodillas, a la cintura, a los hombros, al cuello. Es el diluvio universal, un coro desarmado que brota de millares de bocas. La tierra sigue su camino envuelta en un clamor de locos, a gritos, a aullidos, envuelta también en un murmullo manso represado y conciliador. De todo hay en el orfeón: tenores y tenorinos, bajos cantantes, sopranos de do de pecho fácil, barítonos acolchados, contraltos de voz-sorpresa. En los intervalos se oye el punto. Y todo esto aturde a las estrellas y perturba las comunicaciones, como las tempestades solares.

Porque las palabras han dejado de comunicar. Cada palabra es dicha para que no se oiga otra. La palabra, hasta cuando no afirma, se afirma: la palabra es la hierba fresca y verde que cubre los dientes del pantano. La palabra no muestra. La palabra disfraza.

De ahí que resulte urgente mondar las palabras para que la siembra se convierta en cosecha. De ahí que las palabras sean instrumento de muerte o de salvación. De ahí que la palabra sólo valga lo que vale el silencio del acto.

Hay, también, el silencio. El silencio es, por definición, lo que no se oye. El silencio escucha, examina, observa, pesa y analiza. El silencio es fecundo. El silencio es la tierra negra y fértil, el humus del ser, la melodía callada bajo la luz solar. Caen sobre él las palabras. Todas las palabras. Las palabras buenas y las malas. El trigo y la cizaña. Pero sólo el trigo da pan".

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