martes, 29 de octubre de 2013

ALGUNAS COLUMNAS DE "ESCRITOS DE UN VIEJO INDECENTE" DE CHARLES BUKOWSKI 2



ALGUNAS COLUMNAS DE "ESCRITOS DE UN VIEJO INDECENTE" DE CHARLES BUKOWSKI 2





Aquí os dejo otra pequeña selección de columnas de la que está compuesto "Escritos de un viejo indecente":


"emperifollándose y arreglándose toda para irse, intentando indicarme lo que me perdía.
-¡esta vez no volveré! ¡ya estoy harta! ¡harta! lo siento muchísimo pero ya no aguantarte! eres un cabrón de mierda, y nada más. 
-tú eres una puta, no eres más que eso, una puta asquerosa...
-sí que debo de serlo, porque sino no estaría viviendo contigo.
-vaya, nunca lo había enfocado así. 
-pues enfócalo. apuré el vaso de vino.
-esta vez voy a acompañarte a la puerta y la abriré y la cerraré yo mismo. ¿preparada querida?
me acerqué a la puerta y allí me planté en calzoncillos, el vaso de vino vuelto a llenar en la mano, esperando.
- vamos vamos, no quiero perder toda la noche. acabemos esto de una vez, ¿de acuerdo? ¿qué?
no le gustaba. salió, se volvió, se me plantó delante.
-bueno, venga, venga, piérdete en la noche. puede que consigas vender algo de lo que te queda por billete y cuarto a ese quiosquero que le falta el pulgar derecho y que tiene la cara como una máscara de goma. largo, querida.
empecé a cerrar la puerta y ella alzó el bolso sobre la cabeza.
-¡cerdo! ¡hijoputa!
vi bajar el bolso y me quedé quieto con una sonrisilla tranquila en la cara. he tenido varias peleas con tíos peligrosos; un bolso de mujer era algo que no podía inquietarme lo más mínimo. cayó. lo sentí. plenamente. tenía el chisme lleno y en la parte delantera, la que me dio en la cabeza, había un tarro de crema. era como una piedra.
-nena - dije. aún mantenía mi sonrisa y seguía con la mano en el pomo de la puerta, pero no podía moverme, estaba congelado.
volvió a atizarme con el bolso.
-oye nena.
otra vez.
-vamos, nena.
las piernas empezaron a fallar. al ir doblándome lentamente ella tenía más facilidades para atizarme en la cabeza. y lo hizo, cada vez más deprisa, como si intentase partirme el cráneo. fue el tercer noqueo de mi poco lucida carrera, pero el primero frente a una mujer.
Cuando desperté estaba cerrada la puerta y yo solo. miré alrededor y había en el suelo más de dos centímetros de sangre. por suerte todo el apartamento tenía linóleo. chapoteando en aquello me dirigí a la cocina. tenía guardada una botella whisky para una ocasión especial. aquélla lo era. la abrí y me eché un buen chorro en la cabeza, luego llené un vaso y lo bebí de un trago. ¡aquella zorra asquerosa había intentado matarme! increíble, pensé en denunciarla a la policía, pero no me pareció buena idea. probablemente se hiciesen cargo del asunto y me encerrasen también a mí.
era una cuarta planta. bebí unos pelotazos más de whisky y me acerqué al armario. cogí sus vestidos, zapatos, bragas, medias, sostenes, zapatillas, pañuelos, ligas, toda aquella mierda y la amontoné junto a la ventana pieza a pieza, sin dejar de chupar whisky.
-quería matarme la muy puta...
una a una fui tirándolas por la ventana. había un gran solar vacío debajo junto a una casa pequeña. el apartamento quedaba junto a una excavación, así que en realidad estábamos a unos ocho pisos de altura. apunté a los cables del tendido eléctrico con las bragas, pero no acerté. luego me cabreé y empecé a tirarlo todo sin apuntar. zapatos y bragas y vestidos quedaron esparcidos por todas partes... en los matorrales, en los árboles, en la valla o simplemente en el suelo del solar. entonces me sentí mejor, le di otro tiento a la botella de whisky, encontré una bayeta y limpié todo aquello.
por la mañana me dolía mucho la cabeza. no pude peinarme, sólo mojarme el pelo y echarlo hacia atrás con cuidado con las manos. se me había formado en la cabeza una gran postilla de más de siete centímetros. bajé por las escaleras a la primera planta y salí por la parte de atrás a recoger lo que había tirado. no estaba. no podía entenderlo. había un viejo pedo allí trabajando, en el patio de atrás de la casa pequeña, hurgando en el suelo con un desplantador.
-oiga- le dije al viejo pedo-, ¿vio por casualidad ropa por aquí?
-¿qué clase de ropa?
-ropa de mujer.
-había por todas partes. la recogí para el ejército de salvación. les telefoneé para que vinieran a por ella.
-pues era la ropa de mi mujer.
-parece que la tiró alguien.
-un error.
-bueno, aún la tengo toda en una caja.
-¿la tiene? ¿y podrá devolvérmela?
-claro, sólo que parecía que la hubiesen tirado.
el viejo pedo entró en la casa y salió con la caja aquella. me la dio por encima de la valla.
-gracias- le dije.
-de nada.
se volvió, se arrodilló otra vez y metió el desplantador en el suelo. yo volví a casa con la ropa.
ella volvió aquella noche con eddie y la duquesa. tenían vino. serví para todos.
-esto está muy limpio -dijo eddie. 
-oye, hank. no riñamos más. ¡estoy harta de reñir! y sabes que te quiero, te quiero de veras -dijo mary.
-sí, claro.
la duquesa estaba allí sentada con todo el pelo por la cara, las medias todas rotas, e hilillos de saliva cayendo por las comisuras de los labios. tomé nota de que debía tirármela. tenía aquel aspecto repugnante tan tentador. largué a mary y a eddie fuera a por más vino y en cuanto se cerró la puerta agarré a la duquesa y la tiré en la cama. era todo huesos y tenía una pinta muy dramática. la pobre probablemente llevase dos semanas sin comer. me corrí dentro. no estuvo mal. uno rápido. cuando volvieron ellos estábamos en el sofá sentados.
llevaríamos bebiendo otra hora cuando la duquesa me miró desde detrás de aquella maraña de pelo y me apuntó con aquel dedo huesudo como el de la muerte. la conversación se interrumpió. el dedo seguía apuntándome. luego la duquesa dijo:
-me violó, me violó cuando fuisteis a comprar el vino.
-oye, eddie, supongo que no lo creerás, ¿verdad?
-claro, por supuesto que lo creo.
-¡oye, si no eres capaz de confiar en un amigo, lárgate inmediatamente de aquí!
-la duquesa no miente. si la duquesa dice que tú...
-¡largo de aquí! ¡cerdos! ¡hijos de puta!
me levanté y lancé un vaso de vino lleno contra la pared norte.
-¿yo también? -preguntó mary.
-¡tú también! -y apunté hacia ella también con mi dedo.
-oh hank, creí que ya habíamos acabado con esto, estoy tan harta de riñas....
salieron en fila. eddie el primero, luego la duquesa, seguida de mary.
-me violó, os juro que me violó -seguía diciendo la duquesa-. me violó, de veras, me violó...
estaba loca.
cuando salieron ya, agarré a mary por la muñeca.
-¡entra aquí, zorra!
la arrastré de nuevo adentro y eché la cadena en la puerta.
luego la cogí y le dí un gran beso apasionado, acompañado de un buen apretón en las ancas.
-oh, hank...
le gustó.
-hank, hank, ¿no te tiraste a ese saco de huesos, verdad?
no contesté. seguí trabajándola. oí caer al suelo el bolso. una de sus manos llegó hasta mis huevos, los acarició. yo estaba agotado, necesitaba un descanso, una hora o así.
-tiré toda tu ropa por la ventana -dije.
-¿qué? -apartó la mano de mis huevos, abrió mucho los ojos.
-pero bajé y la recogí, déjame que te lo cuente.
fuí y serví otros dos tragos.
-sabes que estuviste a punto de matarme, ¿eh?
-¿qué?
-¿me vas a decir que no te acuerdas?
me senté con un vaso y ella se acercó y me miró la cabeza.
-oh, pobrecillo. dios mío, cuánto lo siento.
se inclinó y besó muy tiernamente la maldita postilla. luego yo le eché la mano debajo de la falda y nos enredamos otra vez. necesité unos cuarenta y cinco minutos. allí estábamos, en medio de aquella habitación de pie, debatiéndonos entre pobreza y cristal roto. no habría riña aquella noche, no habría putas ni vagabundos en ninguna parte. el amor se había impuesto. y el limpio linóleo mezclaba nuestras sombras."

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"uno de mis mejores amigos (yo al menos le considero amigo), uno de los mejores poetas de nuestra Época, está afligido, en este momento, en londres, con eso, y los griegos lo conocían y los antiguos, y puede caer sobre un hombre a cualquier edad, pero la edad más propicia es finales de los cuarenta camino de los cincuenta, y yo lo concibo como inmovilidad: una debilidad de movimiento, una creciente falta de cuidado y de asombro; lo concibo como la actitud del hombre congelado, aunque difícilmente pueda considerarse una actitud, pero podría permitirnos enfocar el cadáver con cierto humor; de otro modo, la negrura sería demasiado. todos los hombres se ven afligidos, a veces, con la actitud del hombre congelado, y esto queda mejor indicado por frases tan lisas como "sencillamente no puedo conseguirlo", o: "que se vaya todo a la mierda", o: "dale recuerdos míos a broadway". pero normalmente se recuperan enseguida y siguen pegando a sus mujeres y dándole al reloj de fichar.
pero para mi amigo, la actitud del hombre congelado no puede tirarse debajo del sofá como el juguete de un niño. ¡ojalá fuese posible! ha consultado a médicos de suecia, francia, alemania, italia, grecia, españa e inglaterra y nada pudieron hacer. uno de ellos le trató de lombrices. otro le clavó pequeñas agujas en las manos, el cuello, la espalda, miles de agujas. "quizás esto resulte", me escribió. "es muy probable que las agujas resuelvan el asunto". en la siguiente carta me enteré de que estaba probando con un chiflado del vudú. en la siguiente me decía que ya no intentaba nada. el hombre congelado definitivo. uno de los mejores poetas de nuestro tiempo, paralizado allí en su cama en una pequeña y sucia habitación de londres, muriéndose de hambre, sobreviviendo a duras penas de limosnas; mirando el techo de su cuarto incapaz de escribir ni de pronunciar palabra, y al fin sin preocuparse por ello. su nombre es conocido en todo el mundo.
yo podía y puedo entender muy bien esta caída del gran poeta en un barril de mierda, pues curiosamente, por lo que recuerdo, yo nací con la actitud del hombre congelado. uno de los ejemplos que puedo recordar es cuando mi padre, un hombre, brutal, malvado y cobarde, me estaba pegando en el baño con aquel largo asentador de navajas de cuero. me pegaba con mucha regularidad; yo había nacido antes del matrimonio y creo que él me echaba la culpa de todos sus problemas. solía canturrear: "¡ah cuando yo era soltero, entonces tenía siempre el bolsillo lleno!" pero no cantaba muy a menudo. estaba demasiado ocupado atizándome. durante algún tiempo, digamos antes de que yo llegase a la edad de siete u ocho años, a punto estuvo de imponerme este sentido de culpa. y es que yo podía entender por qué me pegaba. él buscaba denonadamente una razón. me obligaba a cortar la yerba del pradillo una vez por semana, primero transversalmente y luego a lo largo, y después debía igualar la yerba con  tijeras. y si se me pasaba una hoja de yerba en algún sitio, en el pradillo delantero o en el trasero, me zurraba de lo lindo. después de la paliza, tenía que salir y regar la yerba. mientras, los otros chavales jugaban al béisbol o al fútbol e iban convirtiéndose en humanos normales. siempre llegaba el momento decisivo en el que el viejo se tumbaba en el prado y ponía el ojo a ras con la yerba. siempre conseguía encontrar una. "¡allí, ya la veo! ¡te olvidaste una! ¡te olvidaste una!" luego gritaba hacia la ventana del baño donde, a aquellas alturas del proceso, estaba siempre mi madre, una delicada señora alemana. 
-¡olvidó una! ¡la vi! ¡la vi!
luego oía la voz de mi madre: 
-ah, así que se olvidó una....¡qué vergüenza, qué vergüenza!
creo que también ella me echaba a mí la culpa de sus problemas.
-¡al cuarto de baño! -me gritaba él-. ¡al cuarto de baño!
y yo entraba en el baño y salía a relucir el asentador y empezaba la paliza. pero aunque el dolor era terrible, yo, yo mismo, me sentía completamente al margen de él. quiero decir que, realmente, aquello no me interesaba; no significaba nada para mí. no tenía ningún lazo con mis padres y así no se sentía que hubiese ninguna violación de amor o confianza o cariño. lo más difícil era el llanto. no quería llorar. era trabajo sucio, como segar el pradillo. como cuando me daban el cojín para que me sentara después, después de la paliza, después de regar el pradillo. yo tampoco quería el cojín, así que, no queriendo llorar, un día decidí no hacerlo. lo único que podía oírse era el chasquido del asentador de cuero contra mi culo desnudo. era un sonido extraño, carnoso y horrendo en el silencio y yo miraba fijamente los azulejos del baño. llegaban las lágrimas pero yo no emitía sonido alguno. dejó de pegarme. normalmente me atizaba entre quince y veinte golpes. paró cuando me había dado sólo siete u ocho. salió corriendo del baño:
-¡mamá, mamá, creo que nuestro chico está loco, no llora cuando le pego!
-¿crees que estás loco, henry?
-sí, mamá. 
-oh, ¡qué fatalidad!
no era más que la primera aparición identificable de el muchacho congelado. yo sabía que tenía algún problema pero no me consideraba loco. era sólo que no podía entender cómo otras personas eran capaces de enfadarse con tanta facilidad, luego olvidar su enfado con la misma facilidad y ponerse alegres, ni cómo podían interesarse tanto por todo cuando todo era tan aburrido.
yo no era gran cosa en los deportes ni jugando con mis compañeros porque tenía muy poca práctica. no era el típico cobardica, no tenía ningún miedo ni tampoco era melindroso, y, a veces, hacía cualquier cosa y todas mejor que ellos...pero sólo a ráfagas...no parecía importarme en realidad. cuando me liaba a puñetazos con uno de mis amigos, jamás conseguía enfadarme. sólo peleaba como algo inevitable. no había otra salida. yo estaba congelado. no podía entender la cólera ni la furia de mi adversario. me veía estudiando su cara y su actitud, desconcertado por lo que veía, en vez de intentar pegarle. de vez en cuando, le atizaba un buen golpe para ver si podía hacerlo, luego volvía a caer en la letargia.
entonces, como siempre, mi padre salía corriendo de casa:
-¡se acabó! aquí no se pelea. se acabó. ¡kaput! ¡se acabó!
los chavales temían a mi padre. todos escapaban corriendo.
-vaya hombre estás hecho, henry. ¡te pegaron otra vez!
yo no contestaba.
-¡mamá, nuestro chico dejó que le pegara chuck sloan!
-¿nuestro chico?
-sí, nuestro chico.
-¡qué vergüenza!
supongo que mi padre reconoció por fin en mí al hombre congelado, pero aprovechó la situación en beneficio suyo cuanto pudo. "los niños han de verse pero no oírse", solía decir. esto para mí era perfecto. no tenía nada que decir. nada me interesaba. estaba congelado. antes, después y siempre.
empecé a beber hacia los diecisiete con chavales mayores que andaban holgazaneando por las calles y robaban en las gasolineras y en las bodegas. interpretaron mi repugnancia hacia todo como falta de miedo, pensaron que mi indiferencia era valor. yo era popular y no me importaba serlo o no. estaba congelado. me ponían delante grandes cantidades de whisky y cerveza y vino. y lo bebía todo. nada podía emborracharme, de modo palpable y definitivo. los otros caían al suelo, se peleaban, cantaban, se tambaleaban y yo me quedaba tranquilamente sentado a la mesa bebiendo otro vaso, sintiéndome cada vez menos con ellos, sintiéndome perdido, pero no había en ello nada doloroso. sólo luz eléctrica y sonidos y cuerpos y poco más.
pero aún vivía con mis padres y era la época de la depresión, 1937, y a un muchacho de diecisiete años como yo le resultaba imposible encontrar trabajo. volvía a casa de las calles, tanto por hábito como por imposición de la realidad. y llamaba a la puerta. 
una noche mi madre abrió la mirilla de la puerta y gritó:
-¡está borracho! ¡está borracho otra vez!
y oí la gran voz al fondo de la habitación:
-¿está borracho otra vez?
mi padre se acercó a la mirilla:
-no te dejaré entrar. eres una desgracia para tu madre y para tu país.
-aquí fuera hace frío. como no abras la puerta la echo abajo. vine hasta aquí para entrar. así que no hay más que hablar.
-no, hijo mío, tú no mereces entrar en mi casa. Eres una desgracia para tu madre y para tu...
fui hasta el fondo del porche, bajé el hombro y cargué. no había en mi actitud ni en mi actuación cólera alguna, sólo una especie de cálculo matemático, como si al llegar a cierta cifra tuvieras que seguir trabajando con ella. me lancé contra la puerta. no se abrió pero apareció una gran raja justo en el centro abajo y, al parecer, la cerradura quedó medio rota. volví otra vez al fondo del porche, bajé otra vez el hombro.
-está bien, entra -dijo mi padre.
entré.
pero entonces la expresión de aquellos rostros estériles, huecos, odiosos, acartonados y pesadillescos hizo que mi estómago lleno de alcohol diese un vuelco, me puse malo y vomité sobre su magnífica alfombra que estaba decorada con el Árbol de la vida. vomité a gusto.
-¿sabes, lo que le hacemos a un perro que se caga en la alfombra? -preguntó mi padre.
-no -dije yo.
-¡bien, pues le metemos la nariz allí! ¡para que no lo haga más!
no contesté. mi padre se acercó a mí y me puso la mano en la nuca.
-tú eres un perro -dijo.
no contesté.
-¿tú sabes lo que le hacemos a los perros, no?
seguía apretando hacia abajo, bajándome la cabeza hacia mi lago de vómito sobre el Árbol de la vida.
-les metemos las narices en su mierda para que no caguen más, nunca más.
allí estaba mi madre, la delicada señora alemana, en camisón, mirando en silencio. yo siempre pensaba que ella quería estar de mi parte pero era una idea totalmente falsa, fruto de chuparle los pezones en otros tiempos. además, yo no tenía parte.
-oye, papá -dije-, quieto.
-¡no, no, tú sabes lo que le hacemos a un perro!
-te digo que pares.
siguió apretando, bajándome y bajándome la cabeza. tenía casi la nariz en la vomitada. aunque yo era un hombre congelado, hombre congelado significa congelado, no fundido. sencillamente no podía ver que hubiese motivos para meterme la nariz en mi propio vómito. si hubiese habido una razón yo mismo habría metido allí la nariz. no era cuestión de honor o rabia, era cuestión de verse desplazado de la matemática particular de uno. yo estaba, para usar mi término favorito, disgustado.
-quieto -le dije- ¡te lo digo por última vez, estate quieto!
casi me metió la nariz en el vómito.
giré, me agaché, y le enganché con un gancho perfecto y majestuoso, le aticé de lleno en la barbilla y cayó hacia atrás pesada y torpemente, todo un imperio brutal se fue a la mierda, por fin, y él se derrumbó en su sofá, bang, los brazos abiertos, los ojos como los de un animal drogado. ¿animal? el perro se había rebelado contra el amo. avancé hacia el sofá, esperando que se levantara. no se levantó. se quedó simplemente mirándome. no se levantaría. pese a toda su furia, mi padre había sido un cobarde. no me sorprendió. luego pensé, si mi padre es cobarde, probablemente yo sea un cobarde. pero al ser un hombre congelado, esto no me producía ningún dolor. no importaba, ni siquiera cuando mi madre empezó a arañarme la cara con las uñas, chillando y chillando:
-¡le pegaste a tu padre! ¡le pegaste a tu padre! ¡le pegaste a tu padre!
no importaba, y por fín volví la cara del todo hacia ella y la dejé rasgar y chillar, tajar con sus uñas, arrancarme carne de la cara, la jodida sangre goteando y deslizándose por mi cuello y mi camisa, salpicando el jodido Árbol de la vida con gotas y trozos de carne. esperé, sin interés ya. 
-¡le pegaste a tu padre!
luego fue dándome los arañazos más abajo. esperé. pero cesaron. luego empezó otra vez, uno o dos.

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"estábamos sentados en la oficina después de otro de aquellos partidos de siete a uno, y la temporada iba mediada ya y estábamos en cola, a veinticinco partidos del primero y yo sabía que era mi última temporada como entrenador de los Blues. nuetro primer hitter había bateado. 234, y nuestro primer meta base se anotaba seis. nuestro primer pitcher andaba entre siete y diez con una media de 3,95. el viejo Henderson sacó la botella del cajón de la mesa y bebió su trago, luego me la pasó.
-y para colmo -dijo Henderson- enganché ladillas hace dos semanas.
-vaya, jefe, lo siento.
-no me llamarás jefe mucho más.
-lo sé. Pero no hay entrenador de béisbol que pueda sacar a esos borrachos del último puesto -dije yo, atizándome un buen trago.
-y lo peor -dijo Henderson-, es que creo que fue mi mujer quien me las pegó. 
Yo no sabía si reírme o qué, así que no hice nada.
y entonces hubo una delicadisima llamada en la puerta de la oficina y luego se abrió, y allí apareció ante nosotros un chiflado con alas de papel pegadas a la espalda.
Era un chaval de unos dieciocho.
-estoy aquí para ayudar al club -dijo el chaval.
con aquellas grandes alas de papel encima. un loco rematado. llevaba agujeros en la chaqueta. las alas estaban pegadas a la espalda, o fijadas con un esparadrapo, algo así.
-escucha -dijo Henderson -, ¡quieres hacer el favor de largarte! ya ha habido suficiente comedia en el campo, así que seriedad, hoy empezaron a reírse de nosotros nada más salir, ¡venga, fuera y deprisa!
el chico se acercó, echó un trago de la botella, se sentó y dijo:
-señor Henderson, yo soy la respuesta a sus oraciones.
-oye, chaval -dijo Henderson-, eres demasiado joven para beber eso.
-soy más viejo de lo que parezco -dijo el chaval.
-¡pues yo tengo algo que te hará un poco más viejo! -Henderson apretó el botoncito que había en la mesa, eso significaba TORO Kronkite. no quiero decir que Toro haya matado nunca a un hombre, pero sería una suerte que pudieses fumar Bull Dur-ham por un ojo del culo de goma después de que él te diese una pasada, el Toro entró arrancando casi una de las bisagras de la puerta al abrirla.
-¿cuál, jefe? -preguntó, meneando sus largos y estúpidos dedos mientras examinaba la habitación. 
-el mierda de las alas de papel -dijo Henderson.
el Toro se aproximó.
-no me toques -dijo el mierda de las alas de papel.
el Toro se lanzó hacia él, Y DIOS ME VALGA, aquel mierda empezó a ¡VOLAR!, aleteó por la habitación, casi pegado al techo. Henderson y yo nos lanzamos a por la botella, pero el viejo me ganó. el Toro cayó de rodillas:
-¡DIOS DEL CIELO, TEN PIEDAD DE MÍ! ¡UN ÁNGEL! ¡UN ÁNGEL!
-¡no seas imbécil! -dijo el ángel, revoloteando-. no soy ningún ángel, sólo quiero ayudar a los Blues. soy hincha de los Blues de toda la vida.
-de acuerdo, baja, hablemos de negocios -dijo Henderson.
el ángel, o lo que fuese, bajó volando y aterrizó en una silla. el Toro le arrancó los zapatos y los calcetines o lo que fuese y empezó a besarle los pies.
Henderson se agachó furioso y escupió al Toro en la cara:
-¡lárgate, bicho subnormal! ¡si hay algo que odie es el sentimentalismo baboso!
el Toro se limpió la cara y se fue muy quedamente.
Henderson recorrió los cajones de la mesa.
-¡mierda, creí que tenía por aquí en algún sitio contratos!
entretanto, mientras buscaba los impresos de los contratos, encontró otra botella y la abrió. cuando arrancaba el celofán, miró al chico:
-dime, ¿eres capaz de hacer una curva interior? ¿y una externa?¿qué me dices de un deslizador?
-que me cuelguen si sé -dijo el tipo de las alas-. he estado escondido. lo único que sé es lo que leí en los periódicos y vi en la televisión. pero siempre he sido hincha de los Blues y estoy muy triste por lo mal que os va la temporada.
-¿has estado escondido? ¿dónde? ¡un tipo con alas no puede esconderse en un ascensor del Bronx! ¿cuál es el truco? ¿cómo lo conseguiste?
-no quiero aburrirle con todos los detalles, señor Henderson.
-por cierto, muchacho, ¿cómo te llamas?
-Jimmy. Jimmy Crispin. J.C. para abreviar.
-oye, chico, ¿qué coño quieres, reírte de mí?
-oh no, señor Henderson.
-¡entonces choca esas cinco!
las chocaron.
-maldita sea, ¡qué manos tan FRÍAS! ¿cuánto hace que no comes?
-comí unas patatas fritas y una cerveza con pollo hacia las cuatro.
-echa un trago, chaval.
Henderson se volvió a mí.
-Bailey.
-¿sí?
-quiero que esté todo el equipo en ese campo a las diez de la mañana por la mañana. sin excepciones. creo que hemos conseguido lo mejor desde la bomba atómica. ahora salgamos todos de aquí y vayamos a dormir un poco. ¿tú tienes dónde dormir, muchacho?
-sí, claro-dijo J.C.
y bajó volando las escaleras y allí nos dejó.

teníamos el estudio cerrado. sólo estaba allí el equipo. y con la resaca que arrastraban y el ver a aquel tipo de las alas se creyeron que era un montaje publicitario. o un ensayo de uno. se colocó el equipo en el campo con el muchacho en la base del bateador. deberíais haber estado allí para ver cómo se abrieron aquellos ojos inyectados en sangre cuando el chico se lanzó por la línea de la tercera base y ¡VOLÓ hasta la primera!, luego tocó y antes de que el tipo de la tercera base pudiese hacer nada el chico llegó volando a la segunda. todos se estremecieron bajo aquella luz de diez de la mañana. para jugar con un equipo como los Blues hay que estar bastante loco, pero, de todos modos, aquello era demasiado.
luego cuando el pitcher se disponía a lanzar al bate que habíamos puesto, J.C. se lanzó volando a la tercera base ¡como un reactor! ninguno podía verle siquiera las alas, ni aunque hubiesen tenido tiempo para tomarse dos alkaseltzer aquella mañana. cuando la pelota llegó a la base del bateador, aquello había bajado volando y había tocado base meta.
descubrimos que el chico podía cubrir todo el outfield. ¡tenía una velocidad de vuelo tremenda! nos limitamos a meter a los otros dos outfielders en el infield. teníamos así dos shortstops  y dos segundas bases. y tan mal como estábamos, estábamos en el infierno.
aquella noche era nuestro primer partido de la liga con Jimmy Crispin  en el outfield. lo primero que hice cuando llegué fue telefonear a Bugsy Malone.
-Bugsy, ¿cómo van las apuestas a favor de los Blues?
-no hay apuestas. no hay ningún loco capaz de apostar por los Blues ni siquiera diez mil a uno.
-¿qué me das tú?
-¿hablas en serio?
-sí.
-doscientos cincuenta a uno. quieres apostar un dólar, verdad?
-uno de los grandes.
-¡uno de los grandes! ¡espera! dentro de dos horas te llamo.
al cabo de una hora cuarenta y cinco minutos, sonó el teléfono.
-vale, de acuerdo. uno de los grandes nunca viene mal, sabes.
-gracias, Bugsy.
-de nada.
nunca olvidaré aquel partido de la primera noche. creyeron que queríamos gastar una broma para animar a la gente pero cuando vieron a Jimmy Crispin elevarse en el cielo y lanzarse luego en picado en un clarísimo jonrón que habría superado la valla izquierda del centro del campo en más de tres metros, entonces el partido se animó. Bugsy había bajado a echar un vistazo y le observé en su palco. cuando J.C. se elevó para agarrar aquella pelota, a Bugsy se le cayó de la boca el puro de cinco dólares.
pero en el reglamento no decía nada de que no pudiese jugar al béisbol un hombre con alas, así que los teníamos bien agarrados por los huevos. y cómo. ganamos el partido como nada. Crispin marcó cuatro veces. ellos no lograron sacar nada de nuestro infield y cualquier cosa del outfield era un fuera seguro.
y los partidos que siguieron. como afluían las multitudes. les volvía locos ver aquel hombre volar por el cielo, pero además estaba el hecho de que habíamos perdido veinticinco partidos y quedaba muy poco y por eso seguían viniendo, a la gente le encanta ver a un hombre salir de la bodega. los Blues lo conseguían. era el mayor milagro de todos los tiempos.
LIFE vino a entrevistar a Jimmy. TIME. LIFE. LOOK. él no les contó nada. "lo único que quiero es que los Blues ganen la liga", dijo.
pero a pesar de todo era matemáticamente difícil y, como el final de un libro de cuentos, llegamos por fin al último partido de la temporada. ibamos empatados con los Bengals para el primer puesto, y jugábamos contra los Bengals, y el ganador lo ganaba todo. no habíamos perdido un solo partido desde que Jimmy se había incorporado al equipo. y yo andaba rondando ya los doscientos cienta mil dólares. menudo entrenador era yo.
estábamos en la oficina justo antes de aquel último partido nocturno, el viejo Henderson  y yo. y oímos ruido en la escalera y luego se derrumbó un tipo por la puerta, borracho. J.C. ya no tenía alas, sólo muñones.
-¡me serraron las jodidas alas, los muy miserables! me metieron a esa mujer en la habitación del hotel. ¡qué mujer! ¡qué tía! ¡y me cargaron la bebida! me eché encima de ella y entonces ellos empezaron a SERRARME LAS ALAS! ¡yo no podía moverme! ¡no podía ni sujetarme los huevos! ¡qué FARSA! y aquel tipo dándole a su puro, y riéndose detrás...ay Dios santo, qué tía tan cojonuda, y ni siquiera pude correrme...mierda...
-bueno, muchacho, no eres el primero al que jode una mujer. ¿sangras? -preguntó Henderson.
-no, es sólo hueso, materia ósea, pero estoy muy triste, os he dejado en la estacada, amigos, he dejado en la estacada a los Blues, me siento muy mal, muy mal.
¿ellos se sentían muy mal? yo perdería 250 de los grandes.
acabé la botella que había en la mesa. J.C. estaba demasiado borracho para jugar, con o sin alas. Henderson dejó caer la cabeza sobre la mesa y empezó a llorar. saqué su luger del cajón de abajo. me la metí en la chaqueta, salí de la torre, bajé a la sección de reserva. ocupé el palco situado inmediatamente detrás del de Bugsy Malone y la hermosa mujer con quien estaba. era el palco de Henderson y Henderson prefería morir bebiendo con un ángel muerto. no necesitaría aquel parco. y el equipo no me necesitaría a mí. telefoneé al banquillo y les dije que le pasaran la cosa al bateador o a cualquier otro.
era nuestro campo, bateaban primero ellos.
-¿dónde está vuestro center fielder no lo veo  -dijo Bugsy, encendiendo un puro de cinco pavos.
-nuestro center fielder ha vuelto al cielo debido a una de tus sierras Sears-Roebuck de tres dólares y medio.
Bugsy se echó a reír.
-un tipo como yo puede mear en el ojo de una mula y sacar un julepe de menta. por eso estoy donde estoy.
-¿quién es la bella dama? -pregunté.
-ah, ésta es Helena. Helena, éste es Tim Bailey, el peor entrenador de béisbol del mundo.
Helena cruzó aquellas cosas de nailon llamadas piernas y perdoné efectivamente a Crispin.
-encantada de conocerle, señor Bailey.
-lo mismo digo.
empezó el partido. como en los viejos tiempos. a la séptima carrera perdíamos diez cero. Bugsy se sentía como Dios, tocándole las piernas a aquella tía, frotándose con ella, el mundo entero en el bolsillo. se volvió y me pasó un puro de cinco pavos. lo encendí.
-¿ese tipo era realmente un ángel? -me preguntó, medio sonriéndose.
-dijo que le llamáramos J.C., para abreviar, pero la verdad es que no sé.
-parece que el Hombre le ha ganado a Dios casi todas las veces que se han enzarzado -dijo.
-no sé -dije yo-, pero según mi opinión, cortarle las alas a un hombre es como cortarle el pijo.
-puede. pero según la mía, los fuertes son los que mueven las cosas.
-o la muerte las para. ¿cuál de las dos cosas?
saqué la luger y la apoyé en su nuca.
-¡Bailey, por amor de Dios! ¡cálmate! ¡te daré la mitad de lo que tengo! ¡no, te lo daré todo, todo lo que tengo, esta tía, todo, todo...! ¡pero quítame esa pistola de la cabeza!
- ¡ si piensas que matar es algo fuerte, PRUEBA algo fuerte!
apreté el gatillo, fue espantoso. una luger. cáscaras de cráneo y cerebro y sangre por todas partes: por encima de mí, de las piernas de nailon de ella, de su vestido...
se suspendió el partido una hora y nos sacaron de allí: a Bugsy muerto, a su mujer, loca de histeria, y a mí. luego siguieron.
Dios gana al Hombre; el Hombre gana a Dios. madre hacía conservas de fresas mientras todo se desmoronaba.
el día siguiente estaba yo en mi celda y el celador me entregó el periódico:
"LOS BLUES REMONTARON EL PARTIDO EN LA CARRERA CATORCE Y LO GANARON JUNTO CON LA LIGA".
me acerqué a la ventana de la celda, octava planta. hice una bola con el papel y lo metí por las rejas. lo embutí allí y lo empujé entre ellas y cuando caía por el aire lo contemplé, vi cómo se abría, como si tuviera alas, bueno, no quiero exagerar, bajó flotando como suelen hacer los trozos de papel desplegados, hacia el mar, aquellas olas blancas y azules ahí abajo y yo sin poder tocarlos, Dios gana al Hombre siempre, constantemente, sea Dios Lo Que Sea: ametrallador soplapollas o cuadro de Klee, en fin, y, claro, aquellas piernas de nailon rodearán ahora a otro maldito imbécil. Malone me debía doscientos ciencuenta de los grandes y no podría pagar. J.C. con alas, J.C. sin alas, J.C. en una cruz, yo no estaba aún muerto del todo, y me alejé de la ventana, me senté en aquel retrete carcelario sin tapa y me puse a cagar, ex entrenador de primera, ex hombre, y a través de los barrotes entraba un viento leve y leve es este modo de dejaros.








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